Marcas de una vida

No les llame arrugas. No a las mías. Son las trincheras que han servido como refugio en mis mil y una batallas.

Usted verá ojeras, pero no son sino hondonadas donde rompen los mares de mis ojos. Bahías de lágrimas, de una arena oscurecida por noches sin luna.

¿Ceño fruncido? ¿Una media sonrisa? Son solo líneas que demuestran el vaivén de mis emociones. Gráficas grabadas en piel que reflejan la fluctuación de los sentimientos.

No me hable de curvas, por favor; valiente eufemismo. Son el sacrificio con el que cargo, como preparación para la siguiente emboscada. Kilos de resistencia ante los embates de la vida, que azotan cíclicamente sin poderlos detener. Mis líneas de flotación, aquellas que no dejarán que me hunda consumida y convertida en hueso.

Disculpe, no son signos de la edad. Son las marcas de una vida.

Dime con quién andas…

No, no me lo digas. Ni a él, ni a nadie. Tus compañías no van a decirnos quién eres, quizás aún no lo sepas ni tú.

Puede que prefieras estar sola; siempre o a ratos. Puede que andes de la mano de quien mejor sepa guiarte de cada día. Tal vez andes siempre junto a la misma persona, o a lo mejor tienes tu pequeño grupo de compañeros caminantes, en quienes apoyarte a cada paso.

Cuando andes, recuerda: cabeza alta. Y no por cuestión de orgullo, sino para que quien te encuentre, con quien sea y donde sea, se dé de bruces con tu mirada. Oblígales a enfocar TUS ojos, y no los de tu acompañante. Oblígales a medir TUS pasos, no a compararlos con el resto de huellas del camino. Haz que te hablen de frente, a ti, y solo a ti.

No, no los digas. Simplemente, sigue caminando con quien quieras. Exprime cada zancada y aprende de cada metro de ruta. Solo así, al final, llegarás a saber quien eres. Y solo así, al final, nos lo podrás contar. Si quieres.

Tres kilos y un colchón

Te huelo el pelo. Te escucho respirar. Pego mi frente a tu maraña de pelo, a la altura de donde creo que estará tu frente. Paso un brazo por encima de ti y entonces lo veo; me veo.
Veo perfectamente tu cuerpecito de medio metro a mi lado; recuerdo tus escasos 3 kilos que no hundían el colchón.
Siento la paz, se van las ganas de desaparecer.
Siento el tiempo transcurrido, mido cada centímetro y kilo que has ido ganando. Pienso en cómo esos años también han ido marcándose en mí.
Pero, durante ese maravilloso momento, todo me da igual. Todo compensa, vale la pena. Repetiría ese todo una y mil veces; porque no hay nada mínimamente comparable.
Gracias, mi vida, por ponerme en mi sitio. Por darme la perspectiva y arrancarme las ganas de ese lugar tan oscuro en el que las tenía secuestradas.
Ni tú ni yo somos perfectas. But this love is real blind. Nadie como tú. Ningún amor como este.
Descansa, amor, ya no hay monstruos aquí. Solo estamos tú y yo.

NO ME DIGAS QUE ME QUIERES

No me digas que me quieres si no me lo demuestras. Si no me hablas ni te expresas en mi presencia.

No me digas que me quieres si no muestras emoción alguna. Ni por mí ni ante mí. Ni por nadie ni ante nadie.

No me digas que me quieres si reprimes todo sentimiento. Si no provoco en ti alegría ni tristeza; solo enfado y desasosiego.

No me digas que me quieres si observas impertérrito cómo me machacan. Sin luchar por mí, por ti o por tus supuestos sentimientos.

No me digas que me quieres si no negocias conmigo cómo encontrar nuestra felicidad. Si decides por los dos para que todo termine truncándose.

No me digas que me quieres si nunca te he sentado bien. Si nunca te he dejado ser quien realmente eres y quieres ser.

No me digas que me quieres si soy tu freno. Una piedra en tu camino que no te permite ser tú mismo.

No me digas que me quieres si huyes y te alejas cuando más te necesito.


No me digas que me quieres porque, en realidad, nunca me has querido.

No me digas nada porque duele.

SU SUEÑO

Ha sido un día largo. De los que parecen lunes lluviosos. Ha sido un no-lunes de más gritos que abrazos, de más guerras de las necesarias. Ha sido una jornada de reflexión desagradable, en la que la conclusión es un enorme sentimiento de culpa e incapacidad.

Pero está llegando a su fin. Sin saber cómo, hemos sobrevivido. Estamos en la cama; un cuerpo desparramado, en un lado, y yo, en la otra esquinita, contemplándolo. Le ha costado dormirse más de lo normal, aunque ahora su sueño ya empieza a ser profundo.

Sigo mirando, encogida y embobada, cómo su pecho sube y baja rítmicamente. Pienso en lo inconsciente que es de su existencia. En que, muchas veces, no puedo perdonarle que no sepa que la vida adulta va más allá de la constante atención a sus estados cambiantes. Siento que no valora el esfuerzo que supone una dedicación completa a su bienestar. No me reconozco en lo que se supone que debería ser: responsable, ordenada, metódica. Me encuentro en un caos provocado por y para ese cuerpo tendido a mi lado.

Hasta que, de repente, escucho esa respiración, más alta de lo que cabría esperar, también rítmica. Al son de su pecho, mis ojos suben y bajan proporcionándome el placer más absoluto que he experimentado jamás. Ese yin yang con patas me echa de mi cama, pero yo solo puedo sentir auténtica paz. Ahora da igual todo lo malo que hayamos hecho a lo largo del día. Incluso da igual todo lo malo que hayan hecho los demás. Más aún, me olvido de los males del mundo y me dejo llevar por ese pequeño torso.

Me acerco, le acarició la mano, le robo un beso de su mejilla caliente y le huelo el pelo.

He probado con alcohol y con todas las medicaciones posibles; nada es comparable a este chute de relajación. No me hacen falta el yoga o la meditación. Este es mi momento de tranquilidad, de conectar con quien soy en realidad, sin dejarme llevar por la presión de las rutinas asesinas.

Solo veo su cuerpo, solo huelo su cabello, solo escucho su respiración, solo toco su mano.

Pensar en sus sueños mientras observo todas sus muecas inconscientes es mi mindfulness particular. Es ese recuerdo de su gesto tranquilo el que me dará fuerzas para sobrellevar todas las guerras de mañana. El del olor de su pelo lo que me hará desconectar cuando la rabia me inunde. El de su tacto suave lo que me devolverá la sonrisa en los momentos tristes.

Es mi cura y mi descanso. Verle dormir es mi momento de paz. Quizás el único al cabo del día, pero el que se repite, en semanas alternas, alrededor de las nueve y media de la noche.

Es mi cura y mi descanso hoy. Los de mañana tendré que lograrlos sin su ayuda.

Hasta dentro de una semana, mi vida.

PRINCESAS DESMELENADAS

La ya no tan pequeña monárquica que tengo en casa me lanza delicias como <<Amatxu, eres la mejor reina del mundo mundial>>. Yo siempre suelo contestarle preguntándole que quién es, pues, la mejor princesa. Desde hace unos meses, mi pequeña duda al contestar. Aunque la respuesta termina siendo un yo rotundo el 99,99% de las veces.

Al principio no le di mayor importancia, hasta que la repetición de sus miramientos me hizo dudar a mí también. ¿Por qué ese titubeo? Su explicación fue simple: todas las princesas tienen el pelo largo. Así que, al parecer, por eso yo me quedo con el rango de reina y ella a medio camino entre lo que quiere y lo que cree que puede ser. Para una niña de su edad, la lógica es simple. El problema está, en mi opinión, en que esa lógica funciona igual para el resto del mundo. Puedo estar equivocándome, pero no recuerdo una sola princesa (hablemos de mundo Disney y similares) que lleve el pelo corto. Ni siquiera Mulán haciéndose pasar por un hombre. Lo más cercano que he encontrado es a Rapunzel, al final de la película, con un bob más que estiloso.

Y es que ciertamente no comprendo qué problema hay con las mujeres y el pelo corto. Por muy de moda que parezcan estar las pixie girls, no es algo que aún esté normalizado en la sociedad. A mí siguen llamándome atrevida o valiente, en un tono muy positivo, eso si. No puedo negar que yo siempre he jugado mucho con mi pelo, pero no creo que eso me otorgue ninguno de los atributos anteriores. Es noticia cuando cualquier celebridad femenina decide cortarse la melena, mientras se juzga cómo de bien le queda. Aún son muchos los hombres que consideran el pelo corto como poco atractivo. Y muchas las mujeres a quienes les parece poco femenino.

Quizás es porque los millennial nos caracterizamos por no dar excesiva importancia al pasado, pero no debería olvidársenos que, hasta hace no mucho, uno de los mayores castigos y penas impuestas a una mujer era la de ser exhibida con la cabeza rapada. El resto del populacho se reía de ella y la humillaba; ella perdía, cual Sansón, su condición de hembra y su dignidad. Cruel, ¿verdad?

No se me ocurriría compararlo, pero mi hija siente algo similar cuando le hablo de representar ciertos roles con su (o mi) largura de pelo. Ninguna heroína, princesa o protagonista de las que ve en televisión lleva el pelo como ella o como yo. Princesas Disney (¡todas!), LadyBug, Vera, … a la pobre Pepa le dejaron en paz porque es una cerda.

He tenido innumerables problemas con mi imagen, pero desde luego mi pelo no ha sido uno de ellos. He escuchado toda clase de comentarios, tanto en clave positiva como negativa; eso sí, siempre en tono de sorpresa. He tenido que justificar constantemente mis también constantes cambios de estilo: el pelo crece, puedes ponerte extensiones si te ves muy rara, hoy en día hay productos para todo, siempre puedes volver a teñirte de tu color, etc.

He sido afortunada y he encontrado una peluquera de bandera, excelente profesional y mejor persona, que ha comprendido mi forma de entender la belleza, el bienestar y el amor propio. Me dejo hacer por sus manos y siempre salgo radiante por la puerta de su salón.

Me lo puedo permitir y me divierte; me hace feliz y me define. Qué gran eslogan aquel de hago lo que quiero con mi pelo

Personalmente, me parece una auténtica barbaridad, pero la realidad es que incluso en mi entorno está todo mucho más aceptado que en el de mi hija. Niñas: pelo largo y pendientes; niños: lo contrario. Y viceversa.

Señoras y señoros, cambiemos el discurso. Ni Barbies ni Marimachos; nada de estereotipos, menos aún asociados a roles tan herméticos. Dejen que mi pequeña sea princesa o futbolista, con el pelo que quiera, sin sentirse rara. Y ya de paso, dejen que lo sea yo también, que lo de reina me hace sentir más vieja aún.

PD: Si alguien lo desea, puedo seguir hablando sobre la cuestión largo y tendido.

FOTOS

Nunca había visto cómo soy en realidad. Nunca me había reconocido en las descripciones ajenas. Me he burlado y sentido ridícula en incontables ocasiones por no ser capaz de creer las características que me asignaban.

Años y años de negación ante cualquier sonido de clic, de destrozar retratos y guardar decenas de álbumes en el rincón más recóndito que pudiera haber. De obviar opiniones de cualquier tipo y evitar conversaciones sobre el yo.

Pero el día menos pensado, un simple móvil de gama media recoge, sin filtros, retoques, efectos, ni pretensiones, un sincero abanico de grises: curvas, arrugas, poses, miradas, sonrisas. Por supuesto, vuelve la negativa a ver cualquier resultado, hasta que, tras mucha insistencia, accedo a mirar. Como si de una sanación milagrosa se tratase, los ojos se abren ante una belleza sencilla y pura. Una mujer en blanco y negro que me parece bella. Necesito observar todo otro par de veces para darme cuenta de que esa mujer soy YO.

Me recreo un buen rato. Primero, incrédula. Después, avergonzada y, finalmente, tremendamente feliz y satisfecha. Agradecida, ilusionada y orgullosa. Continúo recreándome durante días; aún sigo haciéndolo.

Me reconozco bella, me reconozco como yo.

Ahí permanecerán los blancos, negros y grises, para recordarme cómo soy en realidad. Cuando no quiera reconocer que soy ella, cuando pase de largo ante cualquier reflejo, cuando sienta vergüenza de cada uno de mis 169 centímetros. Y cuando nadie entienda nada de esto.

Miraré y podré ver, de nuevo, cómo soy en realidad. Porque es bien sabido que a las personas de poca fe nos vale más una imagen que mil palabras (o pensamientos). La mente es capaz de distorsionar la realidad, pero con tiempo, ciencia y cuidados, podemos, al menos, ser conscientes de esa distorsión; un paso enorme que permite deshacernos del autoengaño y disfrutar de la belleza.

Intentado huir de clichés de autoayuda, juro solemnemente que no hay nada más pasional y emotivo que disfrutar de la belleza propia. El ego y la vanidad, en su justa medida, son necesarios; nos enseñan y nos permiten avanzar, madurar.

Lo maravilloso de la realidad es que está ahí siempre. Lo maravilloso de haber vivido fuera de ella y encontrarla es saber que nunca se irá.

Ahora solo falta pasar al color.

EL PUEBLO

Alfalfa, trigo, alfalfa, trigo, alfalfa, alfalfa, barbecho, trigo. Gira la cabeza; trigo, trigo, alfalfa, barbecho, alfalfa, alfalfa, alfalfa, ¡girasoles!

-Amatxu, ¡por fin he visto he visto gisaroles! ¿Entonces paramos ya para coger uno y comer las pipas? Bueno, después de meterlas en la cazuela.

-Con ponerlas en una sartén es suficiente, cariño. Ahora no podemos parar, primero tenemos que llegar al pueblo. Pero te prometo que vamos a ir con la bici a coger uno o dos. ¡Sin que se entere nadie, eh!

Subo un grado el aire acondicionado. Parece que, cuanto más nos acercamos, más afloja el calor. Ahora soy yo quien gira la cabeza, con cuidado, de lado a lado: alfalfa, trigo y, para mi sorpresa, efectivamente cada vez más girasoles. Ya estamos con las subvenciones, supongo.

-Amatxu, ¿qué más vamos a hacer? ¿Coger otros girasoles?

-Pues… supongo que podríamos pescar renacuajos, incluso cangrejos –respondo algo escéptica-. Hacer barbacoas, jugar al fútbol, bailar en las fiestas… No sé, mi vida, lo que queramos. 

-Qué guay, mami. ¡Y qué emocionante! Entonces, ¿de verdad que vamos a estar todos juntos en la misma casa?

-Sí, cariño, así que te tienes que portar muy bien, ¿vale? Por favor.

-Vale… un poquito bien, te lo prometo. Te quiero mucho, amatxu, eres la mejora.

Mientras me derrito de amor conduciendo los últimos kilómetros, viendo su carita sonriente y curiosa por el retrovisor, repaso la conversación que acabamos de tener. Podemos hacer lo que queramos. ¿Desde cuándo puedo hacer yo eso en el pueblo? Es innegable que en ningún lugar como allí (ya aquí) hemos tenido tanta libertad desde tan niños, pero <<lo que queramos>> nunca había sido una opción válida.

Supongo que la emancipación conlleva estas cosas, pero entre las (pre)ocupaciones, los placeres y los sempiternos mensajes de cautela, no había sido consciente, hasta ese momento, de mi plena libertad.

Ahora tengo otro tipo de ataduras, que ven gisaroles y derriten el alma. Pero incluso así… ¿qué voy hacer? Perdí la cuenta de los enfados y broncas que sufrí hace un par de décadas por todo lo que no me dejaban hacer. Qué frustración, qué rabia… ¡qué adolescencia! Y a pesar de las prohibiciones, aquí aprendí, crecí y experimenté como casi en ningún otro lugar del planeta.

Y es en ese preciso momento cuando me doy cuenta de que eso es justo lo que quiero hacer. Se lo acabo de decir, ¿por qué no me lo he creído la primera vez? Quiero ver cómo ella aprende, crece y experimenta en este lugar, mientras yo la ayudo y observo, como otros hicieron conmigo en el pasado. Esa es mi libertad ahora; ya no invierto mi tiempo en rabietas, peticiones imposibles, descubrimientos a escondidas y miles de kilómetros en bicicleta. Ahora aprenderé a enfrentarme a todo ello, a disfrutarlo también desde la barrera. Creceré tratando de manejar esas situaciones. Y experimentaré mi maternidad de una manera diferente, una suerte de reto ensayo-error.

Así que seguiré mirando los girasoles, tratando de pescar, explorando a dos ruedas… Seguiré haciendo lo que siempre hacía, lo que en el fondo siempre he querido: disfrutar de este paraíso sin cobertura. Ahora no solo a través de mis ojos, sino también con las gafas de una niñez valiente, curiosa y llena de energía.

-Amatxu, ¡me acuerdo! ¡Esta es nuestra casa! ¿Hemos llegado ya?

-¡Sí, ya estamos aquí! -contesto con la mente aún en mi limbo.

– No hace falta que te pongas las zapatillas, ahí está aitite. Te va a coger de un achuchón, así que tranquila.

-Ay, mami, ¡no me lo puedo creer! Aparca ya, por favooooor…

Hemos llegado. Al PUEBLO. Respiro profundo al salir del coche y estirarme, con una inhalación que me recuerda el porqué de mis dos últimos tatuajes. Un verano más entre girasoles. Y que no sea el último, por favooooor…

LA PLAYA

No sé si será por este calor o por las ganas que tengo de escapar de aquí pero, según se me han cerrado los ojos, he podido soñar con ese mar.

Sobre las cinco de la tarde, el sol empieza a bajar y ya no baña toda la pequeña playa de piedra, a unos cuantos escalones bajo nuestra casa. Yo ya estoy en bikini y preparada para meterme en el agua. Tú te haces el remolón y, aunque también sin camiseta, optas por buscar los mejores ángulos para capturar tanta belleza y encontrar algún rincón especial.

Entro en el agua, mi medio… Es perfecta: cristalina, templada y llena de vida. Nado y nado, y me zambullo de vez en cuando. Pero es difícil ver nada sin unas míseras gafas. Cuado salgo del agua, haciendo equilibrios entre las piedras y con una cara de frustración evidente, me cruzo con unos ojos que se dirigen directamente a mí, acompañados de un dulce saludo en inglés.

Qué sonrisa… Es una chica jóven, con unas gafas de buceo en la mano. Creo que me las está ofreciendo, pero no puedo entenderla bien porque aún tengo agua en los oídos. Cuando consigo recomponerme un poco, le pido disculpas y me presento. Tras cuatro preguntas de cortesía y de situación mutua, me ofrece las gafas y me dice que disfrute. No puedo estarle más agradecida. Le señalo dónde estás y le doy las gracias mil veces. En menos de veinte minutos estaré fuera para devolverle las lentes; prometido.

Como la sirena que nunca seré, disfruto de un impresionante submundo que dejaría sin palabras a cualquiera. Vuelvo a salir del agua con las manos arrugadas y busco a mi chica. La veo a lo lejos, donde la playa empieza a convertirse en mera costa, hablando animadamente contigo. Según llego, siento algo muy especial. Como si os conocieseis, nos conociéramos, de toda la vida. Le entrego las gafas y le doy las gracias una vez más. Le digo lo increíble que ha sido y que no voy a olvidar ese favor jamás. Ella se ruboriza y contesta que no es para tanto y que se alegra muchísimo.

Le hablamos algo más de nosotros, de dónde estamos alojados y de cómo hemos terminado allí. Ella nos resume su historia también: viaja sola, aunque no es su primera vez allí. Su abuelo nació en esa zona y, cada 4 o 5 años, va a <<conectar con sus raíces y disfrutar de ese exotismo>>. Mientras habla, yo solo puedo pensar en lo exótica que es ella; incapaz de adivinar sus orígenes, sólo logro confirmar que es estadounidense por su marcado acento del medio oeste.

Pensábamos pasar una velada romántica más en ese paraíso, pero es tan encantadora que decidimos proponerle una cena juntos, en cualquier sitio interesante que ella seguro que conoce. Acepta al momento y con agrado; intercambiamos móviles y nos despedimos con un sutil mariposeo en los tres estómagos.

Desde la ducha, te pregunto qué te ha parecido. Tú contestas positiva pero escuetamente, mientras que yo suelto una parrafada sobre lo increíblemente guapa, interesante y simpática que es, sobre las ganas que tengo de compartir esa cena con ella y averiguar más sobre su vida. 

Una vez listos, bajamos una infinidad de escaleras hasta llegar al recogido casco viejo, bullicioso y lleno de vida a esas horas. Y allí está ella esperando. Preciosa, con un sencillo vestido de verano y unas sandalias planas. Yo me miro de arriba abajo y me siento algo avergonzada. Tú lo notas enseguida, como siempre. Me agarras la mano con fuerza y me susurras lo bella que soy. Con esa inyección de seguridad, nos acercamos y nos saludamos. Ella nos señala un pequeño restaurante a pocos metros y nos dirigimos hacia allí. 

Dejamos que ella pida por nosotros, está claro que conoce el lugar. Todo lo que probamos es delicioso, más aún acompañado de ese vino que nos lleva embriagando desde que lo descubrimos. Por fin nos cuenta su historia: es de Wisconsin, tiene 33 años y aún está decidiendo qué hacer con su vida. No obstante, sabe que vive sin problemas, independizada en una buena casa, rodeada de una familia y amistades leales y con un puesto de trabajo por el que muchos mataríamos. 

Con los platos principales ya prácticamente deborados sobre la mesa, le hablamos de nosotros. Ella se interesa especialmente por mí; asegura que puede ver algo en mi mirada que denota culpa o tristeza. 

Una vez más, me agarras la mano con fuerza por debajo de la mesa y me miras fijamente, dándome el empujón que necesito para soltarle toda mi oscuridad a aquella desconocida. Tras hablarle de mi viaje personal, se le cae alguna lágrima, se levanta y se acerca a mi sitio. Para mi sorpresa, reposa su cabeza sobre mis rodillas y rompe a llorar. Intento consolarla acariciándole un pelo precioso; natural pero cuidado, que huele a mar y a coco. 

Unos incómodos minutos después, no más de tres o cuatro, se levanta secándose las lágrimas y nos pide disculpas. Sale un momento a fumar y decido seguirla, rogándote una condescendencia ya preconcedida con la mirada.  

Le pido un cigarrillo, aunque hace meses que no fumo. Pero este es uno de esos pitillos que aspiras por solidaridad, de esos que sirven para acercarte al otro pecador y también para reconectarte contigo misma. De repente, y casi sin haber cruzado palabra tras más de 10 caladas, me dice que a ella también la violaron. Que tardó mucho en superarlo, que no sabe si aún lo ha hecho. Y que, desde entonces, empezó a tener relaciones con mujeres que le han causado muchos quebraderos de cabeza a lo largo de estos años. Me ve la cara de sorpresa y enseguida me calma asegurándome que ahora está bien; escuchar mi historia le ha removido, pero ella ya ha aceptado su bisexualidad y conseguido perdonarse. A él, dice orgullosa, nunca.

Le doy el abrazo más sincero y espontáneo que he dado nunca, y volvemos a entrar hablando de la paciencia que has de tener con alguien como yo.

Como si estuviese leyéndome la mente, se disculpa para ir al baño y darme el tiempo justo para contarte por encima lo ocurrido hace fuera. Tú, alucinado y triste al mismo tiempo, te llevas las manos a la cabeza y vuelves a agarrarme fuerte, preguntando si estoy bien o si prefiero irme a casa. Te dejo más tranquilo con una mirada penetrante y una respuesta sincera. 

Ella vuelve, terminamos los postres y le invitamos a subir hasta nuestra casa. Es un chalecito precioso, de piedra, en lo alto de la ciudad, con un pequeño jardín que desprende frescura una vez baja el sol y que tiene las mejores vistas de la bahía. 

Cuando llegamos a la verja, empiezo a preguntarme por qué la hemos llevado hasta allí. No tenemos nada para ofrecerle y la conversación parecía haber tocado techo con los últimos bocados. Supongo que, entre la comodidad y la cortesía, era la salida más fácil, pero ahora empiezo a estar nerviosa. 

Tras entrar, ella enseguida se dirige a una de las hamacas del jardincito. Nos felicita por nuestra buena elección mientras abre su bolso. Para nuestra sorpresa, había pedido al dueño del restaurante una botella extra de vino para compartirla con nosotros, al ofrecerle alargar la velada. Voy a la cocina a por unas copas, mientras tú le agradeces el gesto, todavía algo extrañado y suspicaz. 

Al volver, ella las llena con soltura y me ofrece otro de sus cigarrillos. Lo acepto mirándote de reojo; ella se ofrece a encendérmelo a una distancia que, sin las copas de vino previas, me habría incomodado. Doy la primera calada, con fuerza, para asegurarme de que está bien prendido. En cuanto termino de exhalar todo el humo, noto sus dedos en mi mejilla. Dos segundos después, me da un beso tierno y un abrazo.

Te mira, a modo de permiso, pero sin esperar una respuesta. Yo estoy abrumada, achispada y algo ida, así que me dejo hacer. Al abrazo le siguen más caricias y más besos, mientras terminamos de fumar. Los besos, como el ambiente, son cada vez más intensos y húmedos.

IS IT NOT MY NATIVE LANGUAGE?

Today I’m feeling very frustrated. I know I am not that talented, I started to write again and create this blog as a way to my psychological healing. Thus, I am not trying to be published or get benefits from it. However, and like every human being, I would love to know that there is something I am good at.

But I just realized none of my posts in Spanish has been liked, commented or even read! What’s wrong with it? We all now have access to all connectivity data, so I am quite aware most of “my viewers” are from Spain.

Don’t read me wrong; I LIVE the power of English language. Is my main work tool and I truly enjoy expressing myself like this. But still… what’s wrong with it? Do I write worse in my own mother tongue? Are topics not that interesting? Is it something cultural?

I hate having so many questions without any answer (at all)! So I guess I will have to stick to English posts, although they are not that good, or even knowing I am not sharing my innest words and thoughts.

In any case, every opinion or experience about this is, of course, more than welcome. I hope my fellow Spanish-speaker readers/writers are more successful. ¡Buena suerte, amig@s!