Dime con quién andas…

No, no me lo digas. Ni a él, ni a nadie. Tus compañías no van a decirnos quién eres, quizás aún no lo sepas ni tú.

Puede que prefieras estar sola; siempre o a ratos. Puede que andes de la mano de quien mejor sepa guiarte de cada día. Tal vez andes siempre junto a la misma persona, o a lo mejor tienes tu pequeño grupo de compañeros caminantes, en quienes apoyarte a cada paso.

Cuando andes, recuerda: cabeza alta. Y no por cuestión de orgullo, sino para que quien te encuentre, con quien sea y donde sea, se dé de bruces con tu mirada. Oblígales a enfocar TUS ojos, y no los de tu acompañante. Oblígales a medir TUS pasos, no a compararlos con el resto de huellas del camino. Haz que te hablen de frente, a ti, y solo a ti.

No, no los digas. Simplemente, sigue caminando con quien quieras. Exprime cada zancada y aprende de cada metro de ruta. Solo así, al final, llegarás a saber quien eres. Y solo así, al final, nos lo podrás contar. Si quieres.

Tres kilos y un colchón

Te huelo el pelo. Te escucho respirar. Pego mi frente a tu maraña de pelo, a la altura de donde creo que estará tu frente. Paso un brazo por encima de ti y entonces lo veo; me veo.
Veo perfectamente tu cuerpecito de medio metro a mi lado; recuerdo tus escasos 3 kilos que no hundían el colchón.
Siento la paz, se van las ganas de desaparecer.
Siento el tiempo transcurrido, mido cada centímetro y kilo que has ido ganando. Pienso en cómo esos años también han ido marcándose en mí.
Pero, durante ese maravilloso momento, todo me da igual. Todo compensa, vale la pena. Repetiría ese todo una y mil veces; porque no hay nada mínimamente comparable.
Gracias, mi vida, por ponerme en mi sitio. Por darme la perspectiva y arrancarme las ganas de ese lugar tan oscuro en el que las tenía secuestradas.
Ni tú ni yo somos perfectas. But this love is real blind. Nadie como tú. Ningún amor como este.
Descansa, amor, ya no hay monstruos aquí. Solo estamos tú y yo.

SU SUEÑO

Ha sido un día largo. De los que parecen lunes lluviosos. Ha sido un no-lunes de más gritos que abrazos, de más guerras de las necesarias. Ha sido una jornada de reflexión desagradable, en la que la conclusión es un enorme sentimiento de culpa e incapacidad.

Pero está llegando a su fin. Sin saber cómo, hemos sobrevivido. Estamos en la cama; un cuerpo desparramado, en un lado, y yo, en la otra esquinita, contemplándolo. Le ha costado dormirse más de lo normal, aunque ahora su sueño ya empieza a ser profundo.

Sigo mirando, encogida y embobada, cómo su pecho sube y baja rítmicamente. Pienso en lo inconsciente que es de su existencia. En que, muchas veces, no puedo perdonarle que no sepa que la vida adulta va más allá de la constante atención a sus estados cambiantes. Siento que no valora el esfuerzo que supone una dedicación completa a su bienestar. No me reconozco en lo que se supone que debería ser: responsable, ordenada, metódica. Me encuentro en un caos provocado por y para ese cuerpo tendido a mi lado.

Hasta que, de repente, escucho esa respiración, más alta de lo que cabría esperar, también rítmica. Al son de su pecho, mis ojos suben y bajan proporcionándome el placer más absoluto que he experimentado jamás. Ese yin yang con patas me echa de mi cama, pero yo solo puedo sentir auténtica paz. Ahora da igual todo lo malo que hayamos hecho a lo largo del día. Incluso da igual todo lo malo que hayan hecho los demás. Más aún, me olvido de los males del mundo y me dejo llevar por ese pequeño torso.

Me acerco, le acarició la mano, le robo un beso de su mejilla caliente y le huelo el pelo.

He probado con alcohol y con todas las medicaciones posibles; nada es comparable a este chute de relajación. No me hacen falta el yoga o la meditación. Este es mi momento de tranquilidad, de conectar con quien soy en realidad, sin dejarme llevar por la presión de las rutinas asesinas.

Solo veo su cuerpo, solo huelo su cabello, solo escucho su respiración, solo toco su mano.

Pensar en sus sueños mientras observo todas sus muecas inconscientes es mi mindfulness particular. Es ese recuerdo de su gesto tranquilo el que me dará fuerzas para sobrellevar todas las guerras de mañana. El del olor de su pelo lo que me hará desconectar cuando la rabia me inunde. El de su tacto suave lo que me devolverá la sonrisa en los momentos tristes.

Es mi cura y mi descanso. Verle dormir es mi momento de paz. Quizás el único al cabo del día, pero el que se repite, en semanas alternas, alrededor de las nueve y media de la noche.

Es mi cura y mi descanso hoy. Los de mañana tendré que lograrlos sin su ayuda.

Hasta dentro de una semana, mi vida.

TÚ NO LO SABES, PERO ESTÁS AQUÍ

Tu ropa limpia lleva doblada desde las cuatro de la tarde, pero no he querido entrar en tu cuarto a guardarla en su sitio. 

He cenado con el volumen de la televisión al mínimo, lo justo para enterarme de qué estaba viendo exactamente.

Casi a la misma hora, he cerrado la puerta de la cocina a cal y canto para que no se oyera el centrifugado de la lavadora.

He ido al baño y he hecho pis a oscuras, sin tirar de la cadena. 

Me he venido a la cama y he estado esperando un rato antes de ponerme a escribir, por si mi tecleo, a veces un poco compulsivo, era demasiado fuerte. 

Acabo de pasar por la cocina, para asegurarme de que había galletas suficientes y terminar de fregar las tazas favoritas de desayuno. Con la puerta cerrada, por supuesto, porque el centrifugado estaba en su clímax.

Y al volver a mi cuarto, he visto que la luz de tu lamparita estaba apagada. Qué despiste… La he encendido; en naranja, como a ti te gusta. Pero cuando he ido a tu cama a darte ese beso que tanto necesito para conciliar el sueño, no estabas. 

No has estado en todo el día. No has estado aquí en días. Y no me hago a la idea. No quiero hacerme a la idea. La gente lo supera y sigue con su vida. Yo me niego.

Quiero mi beso, tu olor y tu presencia. Quiero que me saques de quicio y me des los mejores abrazos del mundo mundial. Solo tú puedes curarme. Solo tú puedes salvarme. Pero TÚ, mi vida, no estás.