Relato de un suicidio.
Aunque parezca desagradable, por favor, sigue leyendo.
-Ve vistiéndola —oigo de fondo. — Tienes ahí la ropa.
Dejo de notar su peso. Cojo el móvil y miro la hora. 19:34. Mierda.
Hago lo que me piden, mientras empiezo a sentir que vuelve esa sensación. No respiro, no puedo, me ahogo. Ese aire viciado y denso, que baja por mi pecho clavando miles de alfileres y entra en mis ojos inundándolos de sal.
Aguanta, que no te vean, por favor. Es mi mantra, eterno, infinito, en bucle y sin fin. Pero no puedo. Las lágrimas brotan, los flujos se van cayendo, la voz empieza a temblar mientras trato de colocar el segundo calcetín.
Todos se mueven con prisa, menos yo, que estoy paralizada. La puerta se abre y oigo el cable del ascensor. Por fin me responden las piernas y alcanzo la frontera a tiempo. Ella me abraza, me dice que me quiere y que se va al Carnaval. Que mañana cuando empiece la fiesta, me espera. Él no se gira para mirarme; la hace entrar y el silencio comienza su reinado.
Cierro la puerta, echo el cerrojo y los borbotones no logran aguantar más. Litros de lágrimas en la puerta de mi casa, cientos de sollozos que nadie escuchará. Estoy sola. Sola otra vez. Sola para siempre, sin remedio. Nadie puede vivir solo; ¿por qué esperan que yo sí?
No me molesto en levantarme hasta que la taquicardia se hace insoportable. Abro la botella, alcanzo la copa. Ese primer trago, puro placebo, sienta tan bien. Intento distraerme sin soltar el vidrio de mi mano; recojo un poco, trato decocinar. Pero la casa sigue vacía; yo, sola, y mi cabeza pensando en todo a la vez.
Y el todo es infinito. ¿Por qué se han ido así? ¿Por qué se han ido? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Soy yo o son ellos? ¿Por qué el mundo entero está en mi contra? Vuelven las taquicardias y, con ellas, la angustia y el dolor. Relleno la copa y le sumo una de las rosas y azules; con eso se me pasará. Sigo recogiendo, cocinando, pongo la televisión e intento escuchar. Mientras tanto, las lágrimas no dejan de salir. La angustia aun no cesa y el aire, ese aire… Cada vez es más plomizo, no me deja respirar.
Una nueva copa es el maridaje perfecto para una de las azules; seguro que así me siento mejor. ¿Por qué estoy cocinando? No tengo hambre, ni la voy a tener. ¿Para qué recoger? Nadie sube hasta aquí, nadie vendrá.
Me tumbo en la cama, cojo el móvil. 41 likes… ¿Qué tal ha cenado? ¿Cómo está? Más de veinte minutos para contestar tan solo dos preguntas. ¿Me estás castigando? ¿Ya no tengo derecho ni a una pequeña interacción? ¿Ni a saber cómo está?
Supongo que no, que me lo he ganado a pulso. Los gritos, los reproches, el drama. Los llantos, las sobredosis, el dolor. Castígame, me lo merezco. Pero, ¿con ella? Con ella no, por favor. Veinticinco minutos y dos ticks azules, no hay mayor tortura. ¿No lo ves? Ojalá alguien te abra los ojos, es una pena que vivas así. Pero mientras ambos vivamos, no habrá más apertura para ti.
¿Qué copa es esta? Da igual, este vino es delicioso. Qué pena no poder compartirlo. Voy a tomarme otra de cada, porque estos alfileres en el pecho me están matando. Matando con dolor. Y a mí no me gusta sufrir; ¿a quién sí? Oigo la tele de fondo, pero no escucho. Me llegan mensajes de ánimo, de preocupación. De personas que creen que me conocen, que creen incluso que me quieren. ¿Dónde estáis? ¿Al otro lado de una pantalla? Yo sigo sola. Bueno, sola no. Aquí estamos mi copa, mis pastillas y yo. Y la televisión de fondo.
Voy a irme a la cama. La cabeza ya me da alguna vuelta mientras el cerebro ha llegado a los bucles; seguro que tumbada estoy más cómoda. Pero la tristeza no se va. Los alfileres no dan tregua. La taquicardia no ha parado. La angustia sigue ahí. No obstante, hay menos lágrimas. Eso es buena señal, ¿no? Si sigo así, terminaré dormida, así que una más de cada, con una copa más, solo para no sufrir.
Me dijiste que te dejara en paz, que no quieres saber nada del teléfono. Pero no puedo evitarlo y te escribo una vez más. Esta vez un email, más largo. Intento expresarme, explicarme, pedir perdón a la vez que atención. Escúchame, léeme, hazme caso. Te quiero, no deseo perderte, vuelve a mí. Cualquiera de vosotros, ¿estáis ahí? Por favor, no me dejéis.
Demasiado tarde, supongo. Demasiado hartos, seguro. Voy a escribir todo esto, por si ella lo quiere leer algún día. Por si a alguien le sirve para sentirse mejor. Un día fui feliz, me sentía plena, válida, útil. Alguna vez me sentí yo.
Pero eso desaparece, se va diluyendo poco a poco. Con este trago ya recuerdo un poco menos; con algo de suerte, si lo aderezo con alguna más de esas azules, puede que consiga extinguir mi memoria. Probemos, pues.
Estoy un poco mareada, pero aún queda algo de vino en la botella. Sería absurdo no apurarla. Me duele todo, las lágrimas salen sin querer y no consigo controlar este maldito pulso, ni esta agonía ni esta angustia. Abro el cajón de mi mesilla. Parece que tengo de todo. Juguemos a los químicos; un poco de todo me dormirá. Eso, justo eso es lo que necesito. Dormir, descansar, olvidar. Dicen que si te pasas quizás no te despiertes. Pero, ¿quiero despertarme? ¿Por qué? ¿Para qué? No, no quiero. No quiero volver a trabajar, no quiero tener que enfrentarme a él de nuevo. No quiero seguir haciendo daño a toda la gente a mi alrededor.
Una, dos, tres. Otro blíster. Diez, quince, veinte. La botella se ha terminado. Tengo ganas de vomitar, pero necesito aguantar. Si no, no habrá sueño ni tranquilidad. Me reclino, cojo el móvil. Ojeo Instagram y YouTube. Leo el email del trabajo; ese al que mañana ojalá no pueda ir. Acabo de encontrar otra caja; no voy a esperar más. Ya no queda vino, pero sí una cerveza en la nevera.
Los dos ticks siguen azules y sin respuesta, mientras me llegan preocupaciones y discusiones de la gente que más quiero. Trágate todo ya, me digo, descansa de una vez. Empiezo a notar la laxitud, la calma, el descanso. Se me caen el móvil y los ojos, todo a la vez. Pienso en ella, mi pequeño fruto de mi supuesto amor. Me sale una sonrisa antes de fundirme a negro. Llegó la paz, la calma. Por fin, todo se acabó.
Espero a encontrar esa luz del final del túnel. O quizás una mano que me aferre a algún otro destino. Dicen que brillaba, que llegaría hasta el cielo. Pero lo que nadie dijo fue que necesitaría una estrella polar, grande y deslumbrante, que me guiase.