Dime con quién andas…

No, no me lo digas. Ni a él, ni a nadie. Tus compañías no van a decirnos quién eres, quizás aún no lo sepas ni tú.

Puede que prefieras estar sola; siempre o a ratos. Puede que andes de la mano de quien mejor sepa guiarte de cada día. Tal vez andes siempre junto a la misma persona, o a lo mejor tienes tu pequeño grupo de compañeros caminantes, en quienes apoyarte a cada paso.

Cuando andes, recuerda: cabeza alta. Y no por cuestión de orgullo, sino para que quien te encuentre, con quien sea y donde sea, se dé de bruces con tu mirada. Oblígales a enfocar TUS ojos, y no los de tu acompañante. Oblígales a medir TUS pasos, no a compararlos con el resto de huellas del camino. Haz que te hablen de frente, a ti, y solo a ti.

No, no los digas. Simplemente, sigue caminando con quien quieras. Exprime cada zancada y aprende de cada metro de ruta. Solo así, al final, llegarás a saber quien eres. Y solo así, al final, nos lo podrás contar. Si quieres.

Tres kilos y un colchón

Te huelo el pelo. Te escucho respirar. Pego mi frente a tu maraña de pelo, a la altura de donde creo que estará tu frente. Paso un brazo por encima de ti y entonces lo veo; me veo.
Veo perfectamente tu cuerpecito de medio metro a mi lado; recuerdo tus escasos 3 kilos que no hundían el colchón.
Siento la paz, se van las ganas de desaparecer.
Siento el tiempo transcurrido, mido cada centímetro y kilo que has ido ganando. Pienso en cómo esos años también han ido marcándose en mí.
Pero, durante ese maravilloso momento, todo me da igual. Todo compensa, vale la pena. Repetiría ese todo una y mil veces; porque no hay nada mínimamente comparable.
Gracias, mi vida, por ponerme en mi sitio. Por darme la perspectiva y arrancarme las ganas de ese lugar tan oscuro en el que las tenía secuestradas.
Ni tú ni yo somos perfectas. But this love is real blind. Nadie como tú. Ningún amor como este.
Descansa, amor, ya no hay monstruos aquí. Solo estamos tú y yo.

Mi COVID19

No puedo armonizar palabras, ni crear un texto. Solo llego a poner por escrito las ideas y los sentimientos que vengo encontrándome estos días. Solo a escupirlas por puro desahogo, como si de un listado de asuntos pendientes se tratara.

  • La vida es dura, pero también es cruel. Más aún con quienes más años con ella acumulan. Nuestros mayores no se merecen sufrir así.
  • La sociedad, como masa de entes, no deja de sorprenderme. Para bien y para mal.
  • Oigo bien alto el canto de los pájaros a cualquier hora del día.
  • No he fumado ni he tomado más medicación de la que debiera.
  • Estoy orgullosa de mi madre, hasta niveles infinitos. Es tremendamente doloroso verla soportar un peso con el que, a veces, parece que no puede. Pero es incalculablemente reconfortante ver cómo lo remonta y se hace aún más fuerte.
  • La Tierra nos ha hecho parar para poder recuperarse. No volvamos a ponerla en la misma situación o el castigo será peor.
  • Hago yoga.
  • Engordaré, pero no he caído en atracones ni picoteo.
  • Consigo mantener mi ansiedad en niveles óptimos.
  • No me acostumbro a la falta de contacto físico con mi familia.
  • Me siento a gusto en casa. Me siento a gusto en MI casa.
  • Agradezco los momentos de soledad.
  • No me cuido, pero estoy dejando que mi piel descanse.
  • No leo, no escribo, no estoy creando. No trabajo más de la cuenta ni me estoy formando.
  • Pinto mandalas porque me lleva a un nivel de relajación y desconexión que no conocía.
  • Me encuentro meditando sin querer.
  • La radio está encendida durante prácticamente todo el día.
  • Estoy tranquila.
  • Lavo mucha ropa.
  • No suelto el móvil. Consulto continuamente Instagram y Twitter, pero apenas hago caso a Whatsapp o al email.
  • Elijo aún con más escrúpulo los medios a través de los que (creo que) me informo.
  • Me alegro con cada nueva noticia de cualquiera de mis contactos.
  • Estoy tranquila.
  • Estoy agradecida.
  • Mi mayor miedo es infectarme y no poder ver a mi hija.
  • Me importa menos que nunca verme más fea que nunca.
  • No bebo.
  • No escucho música ni veo la televisión.

Y esta es mi vida a mitad de lo que de momento será nuestra cuarentena. Creo que ya nadie duda de que el dichoso virus dejará huella en todos nosotros, de una u otra forma. Así que animo a todas a hacer un ejercicio similar; un momento de autoreflexión muy placentero que, espero, disfrutéis.

MIS NO-JUICIOS 2020

Como estoy un poco cansada de leer tanto propósito y como no soy persona de anotarlos ni cumplirlos, he decidido compartir mis propias determinaciones para este 2020.

Después de un par de años de revoltijo personal profundo, la culpa (no merecida) ha desaparecido casi por completo. Pero como a la culpa siempre se llega a través de los (pre)juicios, he aquí mi top 10 de determinaciones no juiciosas.

1. No esperaré más para rejuzgar todo a mi alrededor.

2. No prejuzgaré.

3. No me juzgaré por prejuzgar.

4. No me autojuzgaré antes de que me juzguen.

5. No me daré por juzgada sin señales sólidas.

6. No permitiré que juicios superfluos de terceros hagan daño a mi alma.

7. No juzgaré negativamente a alguien, solo porque no me comprenda o no comparta mi opinión.

8. No me juzgaré como peor madre que él padre.

9. No dejaré de juzgar positivamente cualquier avance o mejora en mi ser y en mi vida.

10. No juzgaré mortalmente ni me autocastigaré por incumplir alguno de los puntos anteriores.

¿Cómo pensáis autodefenderos vosotr@s? A mí, por favor, deseadme suerte…

SU SUEÑO

Ha sido un día largo. De los que parecen lunes lluviosos. Ha sido un no-lunes de más gritos que abrazos, de más guerras de las necesarias. Ha sido una jornada de reflexión desagradable, en la que la conclusión es un enorme sentimiento de culpa e incapacidad.

Pero está llegando a su fin. Sin saber cómo, hemos sobrevivido. Estamos en la cama; un cuerpo desparramado, en un lado, y yo, en la otra esquinita, contemplándolo. Le ha costado dormirse más de lo normal, aunque ahora su sueño ya empieza a ser profundo.

Sigo mirando, encogida y embobada, cómo su pecho sube y baja rítmicamente. Pienso en lo inconsciente que es de su existencia. En que, muchas veces, no puedo perdonarle que no sepa que la vida adulta va más allá de la constante atención a sus estados cambiantes. Siento que no valora el esfuerzo que supone una dedicación completa a su bienestar. No me reconozco en lo que se supone que debería ser: responsable, ordenada, metódica. Me encuentro en un caos provocado por y para ese cuerpo tendido a mi lado.

Hasta que, de repente, escucho esa respiración, más alta de lo que cabría esperar, también rítmica. Al son de su pecho, mis ojos suben y bajan proporcionándome el placer más absoluto que he experimentado jamás. Ese yin yang con patas me echa de mi cama, pero yo solo puedo sentir auténtica paz. Ahora da igual todo lo malo que hayamos hecho a lo largo del día. Incluso da igual todo lo malo que hayan hecho los demás. Más aún, me olvido de los males del mundo y me dejo llevar por ese pequeño torso.

Me acerco, le acarició la mano, le robo un beso de su mejilla caliente y le huelo el pelo.

He probado con alcohol y con todas las medicaciones posibles; nada es comparable a este chute de relajación. No me hacen falta el yoga o la meditación. Este es mi momento de tranquilidad, de conectar con quien soy en realidad, sin dejarme llevar por la presión de las rutinas asesinas.

Solo veo su cuerpo, solo huelo su cabello, solo escucho su respiración, solo toco su mano.

Pensar en sus sueños mientras observo todas sus muecas inconscientes es mi mindfulness particular. Es ese recuerdo de su gesto tranquilo el que me dará fuerzas para sobrellevar todas las guerras de mañana. El del olor de su pelo lo que me hará desconectar cuando la rabia me inunde. El de su tacto suave lo que me devolverá la sonrisa en los momentos tristes.

Es mi cura y mi descanso. Verle dormir es mi momento de paz. Quizás el único al cabo del día, pero el que se repite, en semanas alternas, alrededor de las nueve y media de la noche.

Es mi cura y mi descanso hoy. Los de mañana tendré que lograrlos sin su ayuda.

Hasta dentro de una semana, mi vida.

UN AÑO SIN RUSSIAN RED

Se me empezaron a ir las horas; pensaba, recordaba, me angustiaba… Visualizaba una y otra vez esos momentos tan oscuros, sin que nadie entendiera qué pasaba. Se me iban las horas reuniendo el valor para hablar, para expresarme y poder sacar todos los demonios. Porque compartidos, suponía, serían más llevaderos.

Comenzaron a escapárseme los días; encerrada en casa, con los ojos clavados en el móvil, alejándome de todo y de todos.

Siguieron las semanas, plagadas de discusiones, bajones, agobios. Intentando desaparecer de un mundo que me superaba.

Y llegaron los meses; la separación, la depresión. Toqué fondo, como dicen, y me quedé allí, sumergida en aguas revueltas y agitadas. Sin poder ver lo que había alrededor, arriba. Cada vez con menos aire, agotada de intentar subir a una superficie en la que no creía. 

Acaba de hacer un año desde que el mundo se detuvo para mí. Horas, días, semanas y meses; un año que ya no podré recuperar.  Dicen que el tiempo lo cura todo, pero a mí su trascurso solo me ha hecho más y más daño. 

Porque, hasta que no me echen por esa puerta, no podré ser libre, no podré llamar a otra. Hasta que no cruce ese umbral, con más o menos dolor, el tiempo seguirá perdiéndose. Y necesito ese tiempo. 

Asumida la pérdida y llorado el luto, se necesita tiempo para hacer todos los toc-toc necesarios hasta dar con otra puerta que se abra. 

Entonces el tiempo también pasará, pero esta vez en forma de esperanza, de oportunidad. Esas cosas que suelen convertirse en sonrisas y buenos recuerdos; en ropa más atrevida y pintalabios rojo. 

Mi favorito siempre había sido el Russian Red pero, visto el resultado, vamos a probar con otro tono. Un rojo nuevo, que acompañe a cada nueva sonrisa, que se asemeje más al de un corazón sanado, que deje una huella profunda. Un rojo nuevo que dé besos de los que quitan la respiración y pidan amor a gritos. Un rojo nuevo, que haga sombra al rojo de los demonios y con el que gritar durante horas, días, semanas y meses. 

Un rojo nuevo para un tiempo nuevo.

ELLA

Se marchó para encontrarse, sin saber lo que esperar.

Respiró y paseó, mientras repasaba todo lo que había ocurrido. Se sumergió y floto en unas aguas transparentes, mientras imaginaba todo lo que podría ocurrir después.

Comió y amó, porque lo de rezar no va con ella. Tal vez menos que otras veces, pero lo suficiente para llevarse el buen recuerdo de siempre.

No bebió ni abusó de todo lo destructivo que tanto bien parece hacer. De ese descanso y esa tranquilidad ciegamente rápidos y sencillos.

No durmió. Pasó las noches ideando planes, hilando historias, deshaciendo nudos, contemplando cómo el mayor de sus regalos respiraba lentamente a su lado. 

Lloró y sufrió, sin querer y a propósito. Para eso había cruzado tantos kilómetros. Acompañada en muchas ocasiones, al fin sola en otras tantas.

Escuchó de nuevo ese mar que lo cura casi todo. Dejó que el olor a salitre la impregnara y llegase hasta el último de sus órganos.

Habló, rió, oyó. Se dejó acompañar y buscó compañía, sin renunciar a su ansiada soledad. Discutió y encontró consuelo, se decepcionó y tuvo que pedir perdón. Descubrió que se había equivocado más veces de las que recordaba, si bien también fue capaz de reconocer con total claridad lo más tóxico y dañino de su entorno.

Se hizo un poco más adulta. Creció y maduró. Se hundió, pero volvió a levantarse. Convivió y compartió. Aceptó muchas cosas y fue capaz de decir que no a otras.

APRENDIÓ. 

Y con todo lo aprendido, volverá a casa siendo la misma. No encontró una versión diferente de sí misma, solo alguien con ideas más claras, con más experiencias y recursos. Con un lavado de cara en forma de bonito bronceado.

Volverá a casa sabiendo que, con ese retorno, volverán también el dolor de la separación y los recuerdos felices. Volverán los problemas y el preludio del fin. Volverán las preguntas, propias y ajenas.

Aún con todo, ella ha aprendido. Sabe que también volverán las risas y el cariño. Las charlas distendidas y el apoyo incondicional. Las noches caseras y también aquellas en las que parece que la ciudad se queda pequeña. Volverán ellos. Y ELLA también volverá, con su cara lavada y su bronceado, preparada para mostrar todo lo aprendido y ponerlo en práctica. Junto a los suyos, en lo bueno y en lo mano. En todo lo que esté por llegar.